Hay dentro de nosotros una conciencia que está intentando emanciparse. A la que escasas veces tenemos acceso.
Nuestro entorno nos condiciona para ser quienes somos, para manifestarnos en la forma en lo que lo hacemos.
Pero ello no tiene que ser así.
¿Qué es lo que realmente nos obliga?
El pasado nos pega el culo a nuestras sillas. ¿Cuántos kilómetros arrastra ya?
Mapas que no llevan a ningún lugar.
¿Cuántas veces nos han sido sustraídas nuestras propias palabras?
¿No es cierto que nuestra vida ha sido convertida en un producto de la que otros se reparten las ganancias?
Lo vemos en esa memoria colectiva que son las creaciones culturales.
Sentimos que algo ha sido saqueado de nuestro interior.
¿Porqué?
¿Por qué tenemos esa sensación?
Pareciera que, a lo otro, al mundo, le sobramos.
Son numerosas las voces que nos dicen que no intentemos transformar el mundo sino transformarnos a nosotros mismos. Es una manera de cortar la cabeza a los pioneros, a aquellos que son capaces de romper las fronteras existentes.
El mundo no cuenta con nosotros, sino para absorbernos y manipularnos.
Pero ¿quién es ese ‘mundo’ y de qué está compuesto?
Es un tipo de inercia inherente a nuestras relaciones, en las que el macropoder se infiltra en nuestras vidas a través de micropoderes.
