6. 26 LA EVOLUCIÓN DE LA VIDA UNIVERSAL

El hombre tuvo que afirmar de alguna manera su centro fuera y más allá del mundo, en el momento mismo en que se inició la conducta abierta al mundo de avanzar sin límites en la esfera del “yo” y del “mundo” descubiertos.

Para nosotros la relación del hombre con el principio del universo consiste en que este principio se aprehende inmediatamente y se realiza en el hombre mismo, el cual, como ser vivo, y ser espiritual, es sólo un centro parcial del impulso y del espíritu del “ser existente por sí”. Así se ha dicho que el Ser primordial adquiere conciencia de sí mismo en el hombre, en el mismo acto en que el hombre se contempla fundado en Él.

De lo que habría que decir concretamente que este saberse fundado es sólo una consecuencia de la activa decisión tomada por el centro de nuestro ser de laborar en pro de la exigencia ideal de la “deitas”, es una consecuencia del intento de llevarla a cabo, y, al llevarla a cabo, de contribuir a engendrar el “Dios”, que se está haciendo desde el primer principio de las cosas y es la compenetración creciente del impulso con el espíritu.

Así si el corazón humano es el único lugar del advenimiento de Dios, que nos es accesible, el lugar de esta autorrealización o autodivinización que busca el ser es la “historia del mundo”.

El ser existente por sí es la unidad funcional del impulso y el espíritu en un acto solidariamente realizable: El advenimiento del hombre y el advenimiento de Dios.

Ni el hombre puede cumplir su destino sin conocerse como miembro de los atributos del Ser Supremo, ni el “Ser de si mismo” (Ens a se) sin la cooperación del hombre.

El espíritu y el impulso, los dos atributos del ser, no están en sí perfectos, sino que se desarrollan a través de sus manifestaciones en la historia del espíritu humano y en la evolución de la vida universal.