Entender un haiku es simplemente quitar los obstáculos para que pueda afectarnos aquello que nos comunica.
Toda idea del mundo se desvanece ante un átomo de realidad, la imagen se convierte en apenas una silueta que permanece cuando la luz de la razón se extingue sobre el paisaje de la conciencia. Una tensión cargada de proximidad, un vértice hacia el que confluye la plenitud del instante, un ahora sublime del que nada quedará, excepto la imposibilidad del signo, en la ruina venturosa del indecible entendimiento, donde el poema se eleva hacia el sentido del espejo incandescente de otra luz. El poema santifica el instante, construye un templo donde lo sagrado no busca comprensión. Para que sea nuestro niño interno quien encuentre un regazo donde celebrar la infancia.
¿A dónde nos llevará el vuelo del sueño de la libélula?