Bucaneros, en su sano juicio, observaban las estrías del mar, tras los islotes llenos de verde y arena. En el camarote, viejas revistas apiladas en fotocopias componían poemas con sus títulos, y el mascaron de proa asoma por una de las ventanas lanzando los dados…
Si tú no te asomas es que no quieres, puedes tomarte unas copas, de la vieja despensa del capitán, si la encuentras…al lado del revolver amartillado, y la baraja de bolsillo. No te enfades si nadie se ríe, ser el mejor en los chistes es un asunto difícil.
Dejaré que presumas de tu asiduidad y de que estás haciendo un trabajo importante bajo el sol.
Cuenta la mayor de las mentiras y confíasela a las cartas, no sueltes tu pasta hasta que no hayas contado tu dinero.
Tómate un trago y mejorado con el tiempo, de la última vez que has aparecido por aquí.
La alegría es contagiosa, no era la alegría que buscaba K., pero siguió hacia delante, no sabría hacer algo mejor, la música se colaba entre las rendijas de sus pertrechadas botas, como una situación antigravitatoria. Se sintió estúpido de más, como si fuera a hacer de aquel sinónimo de local una guarida. No te pares –se dijo- y cuidado con lo que dices. Un grupo de oficiales descuidaban las garantías del buen humor, y las voces resonaban en la copas.
_ De acuerdo, no creas que no podrías decir algo más coherente estando dormido.
_ Mis ronquidos son mejores que cualquiera de tus ajustadas opiniones.
_ Me ajusto a la proporción de los hechos…
Hay que saltarse todos los prejuicios cuando…, cuando sea y donde sea; pidió un lo que sea al camarero, y tiró del posavasos lentamente, lo dobló por la mitad, y volvió a dejarlo a la altura del camarero, dejándolo olvidado sobre la barra al recoger la copa, dispuesto a cometer cualquier fechoría desnuda. Hay que tener aptitudes para barrer debajo de la alfombra…
Unos ojos se escurrieron dentro del vaso que él tenía en sus manos, como unos focos certeros, y salpicaron las distancias de destellos, lejanía ninguna, en su interior intrépido y decidido, agarrando las chispas al vuelo. Si era el momento, en su interior ninguna lejanía, aunque no tanta, como para no sentir la distancia como un resorte de habilidad y fantasía. Pudo sentir como los tacones de aguja se clavaron firmemente al suelo, los tacones que sostenían aquella mirada, y desplazó su atención hacia los muslos, que armaban las tensas caderas y se las imaginó en futura ignición. Se dio cuenta de cuantas páginas había arrancado de su propio diario sin ningún motivo, pero no se dejó atrapar por el eco fugaz de su propio desencanto, sino que lo ahogó, lo asfixió, lo mató sagazmente con los labios carmesí que suspiraban deseosos de que ese crimen fuese cometido.
_ ¿Cómo no me avisaste que venías por aquí?
_ ¿Cómo no me avisaste de que vendrías por aquí?
Ninguno de los dos supo quien había pronunciado la primera palabra. Pero pocas palabras bastan, para los apretados corazones, dadme un argumento, y lo desterraré para siempre entre mis manos. Si alguien te dice que una sola caricia basta, no le hagas más preguntas (no tienes que creerla), “descálzame los pies, aunque sólo sea esta noche”.
_ Aprendiste de más desde la última vez que te vi.
_ No te fíes del que fui.
_ Lo comprendiste deprisa.
_ No volveré a repetir mi condena.
Varias luces se encendieron a la vez en el interior de sus ojos, las luces del camarote dispuestas sobre los cojines.