Cuando me miro me siento como el único ser sobre el planeta tierra, un héroe provisto de lo otro. Lo otro son los asientos de mi conciencia, que pronto aparecen como toman presencia según la necesidad de la existencia.
Todavía me siento solo, porque no he sabido reclamar al otro a través de mi lenguaje.
Nadie nos ha enseñado a colaborar, a hablar el lenguaje de los otros, de los que se sitúan al otro lado de nuestros pensamientos y de nuestra experiencia. Quizá ellos son el principio de nuestros actos ¿cómo saberlo? El camino se ha de principiar solo, ese es el requisito de toda existencia, de comenzar a existir.
Al principio como he contado no estaba sólo, pero pronto me perdí de vista a mí mismo, y mi vida fue diferente, fue distinta. No puedo recobrar lo perdido, no en esta vida. Pero puedo hacer algo por mí mismo, por lo que algún día fui, por lo que algún día volveré a ser. Al principio apenas retomar ‘el camino’, el sentido de lo cierto y balbucear los primeros pasos.
Lucho por volver a ser lo perdido, el don, la vida, el ser humano, creo en la ‘gracia’ efectiva de la naturaleza, el sentir explícito del hombre. Puede que esta tarea es la que me una al resto de la conciencia humana. Una conciencia humana que no sabe lo que ha perdido, pero que tiene la capacidad de recuperarlo.
La vida está para ser vivida y quizá después descubramos algo más, pero algo más no es posible sin la experiencia trascendente de haber vivido. He de ser sincero, puedo intuir las promesas, pero resultan ecos en un cuerpo vacante de sí mismo.
No deduzco lo que me es dado, y lo que no puedo ver se me es revelado como intuición. Esta ‘ciencia cierta’ no aspira a un carácter universal aún a riesgo de tenerlo, la ‘ciencia cierta’ tiene el sentido de una verdad ineludible para el sujeto.