Antes
que nada me gustaría susurraros una historia que aprendí al principio de una
novela:
¿Y
si con solo mirarte pudiera desvelar tus secretos? ¿Y si con solo mirarte
pudiera sentir con tu corazón? ¿Y si con sólo mirarte pudiera ver con tus ojos?
¿Y si en solo un instante fuera posible saber quiénes somos el uno para el
otro? Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y
yo…
Lo curioso de todo es que es fácil darse cuenta de que no nos interesa ni lo más mínimo lo real sino lo fingido, como dice un prestigioso pensador y neurólogo: “Lo “fingido” y lo “no-fingido” y lo “real” de alguna manera se funden en un solo significado” “Pero tendríamos que mantenerlos separados.” “Sí. Eso es lo que tratan de hacer los lógicos y los científicos. Pero con ello no crean ballets…ni sacramentos.” Todo es película, teatro, el cine de nuestra mente, donde se dan cita los famosos aquellos a quien adoramos, en los que creemos, con quienes lloramos.
A
pesar de poder resultar pesado me gustaría poneros un ejemplo real de ello:
La Inteligencia
Artificial todavía no puede pensar por sí misma pero si
aparentar que piensa. Sobre esta cuestión uno de los trabajos más destacables fue el de Joseph Weizenbaum
mientras trabajaba en el MIT (Massachusetts Institute of Technology): El programa ELIZA.
Eliza fue uno de los primeros programas de ordenador que eran capaces de «conversar» con una persona. Y digo «conversar» porque su autor se basaba en la filosofía que utilizaba el psicólogo Carl Rogers (psicología rogeriana), o lo que es lo mismo, utilizar -o aparentar- empatía para que el paciente se sintiera querido y escuchado.
No voy a explicar aquí como funcionaba el programa porque ello sería extenderme demasiado y lo que pretendo es ir al grano. Aunque hay que comprender que, en esa época, ver a una máquina manteniendo una conversación aparentemente inteligente debía de ser algo que impresionara, era sólo una simple ilusión. El mismo autor del programa fue el primero en llevarse las manos a la cabeza tras ver el fanatismo que se empezaba a crear en torno a su programa.
Personal administrativo, así como secretarias (siempre personal no técnico) utilizaban Eliza para contarle secretos y detalles íntimos porque sentían que el programa realmente les «escuchaba». Su autor cuenta, incluso, que la secretaria le pidió una vez que saliera de la habitación hasta que terminara de hablar con Eliza, confiando más en el programa que en el propio Weizenbaum. Indignado por ello (por el fanatismo, no por la desconfianza de la secretaria) comenzó a ver su creación con otros ojos. Incluso después de insistir en que su programa sólo aparentaba hablar con una persona, no le creían.
Todo ello se sumó a que varias personas le acusaron de espiar los secretos privados de las personas al contar que, debido a su diseño, era posible ver posteriormente las conversaciones mantenidas con Eliza. Además, para colmo, algunos psiquiatras querían utilizar Eliza como una herramienta para sus pacientes más graves (creían que el programa realmente pensaba y trataba los problemas), terminó obligando a Weizenbaum a escribir un libro «Computer Power and Human Reason»(1972) donde contó todo acerca de la experiencia de su invento, convirtiéndose en uno de los más duros críticos de la posible incorporación de inteligencia en las máquinas.
Mucho ha llovido desde entonces, pero no quiero entrar particularmente en este tema (sólo mencionar que ciertas empresas han implementado asistentes virtuales, sin que apenas nos demos cuenta, que responden con cierta soltura a las preguntas relacionadas con la venta de productos… y otras cuestiones).
Parece ser que nos sigue bastando con la simulación, la simple ilusión de mantener una conversación inteligente basada en tres simples pautas, y puede incluso que una gran mayoría no sea capaz de superar las habilidades de ELIZA, pues eso es hacia lo que nos están abocando: a convertirnos en programas un poco más sofisticados, con una apariencia, pero sólo apariencia más sofisticada.